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Pecador, menuda lección: sólo queda aprender

by Michael

Pecador, vaya lección de vida, y además sin coste: lo ocurrido nos dejó atónitos.

En las redes sociales lo apodaron El Mal. Con simpatía, claro, ya que es el rival número uno de nuestro querido Jannik Sinner. Pero lo cierto es que es imposible estar resentido con Carlos Alcaraz. Resentirle por haber roto brutalmente la racha de imbatibilidad del campeón italiano, que llevaba 19 partidos sin perder.

Puede que le haya arrebatado la oportunidad de ganar el Masters 1000 de Indian Wells, sin embargo, el fenómeno murciano sigue haciéndose querer. Y es que tras una salida en falso, un momento inicial en el que parecía pagado de sí mismo y demasiado «gaseado», Carlitos ha corregido el tiro dejando al descubierto toda su genuina sencillez. Una sencillez que le hace increíblemente parecido a su amigo y rival de San Cándido, con el que comparte no sólo talento, sino también la misma visión del deporte y, más en general, de la vida.

Y es precisamente por ello que entre los dos campeones de la nueva generación existe un sentimiento que no dudaríamos en calificar de locura. Un vínculo único, espontáneo, sincero, que nos dice mucho sobre su manera de ser y de vivir el tenis. Un vínculo que el sábado nos regaló, una vez más, emociones que debemos atesorar con gran envidia.

Sinner y Alcaraz, cuando la magia del deporte lo supera todo

En las redes sociales circularon muchos contenidos tras el partido de semifinales. Mientras tanto, había un vídeo de ellos justo antes de la entrada a la cancha, a la entrada del túnel que les llevaría al estadio donde pronto darían un espectáculo.

Los tenistas suelen encontrarse uno al lado del otro antes de que empiecen los partidos, pero concentrados como están tienden a ignorarse. Alcaraz y Sinner, en cambio, se reían a carcajadas, entre golpe y golpe de calentamiento, a la espera de que el locutor dijera sus respectivos nombres y les invitara a entrar en la pista. Y eso, en sí mismo, era una buena muestra de amistad. Carlos, sin embargo, lo hizo aún mejor.

La semifinal, como era conocida, fue interrumpida repentinamente por la lluvia y se pidió a los dos jugadores que abandonaran la cancha y regresaran a los vestuarios. El ibérico estaba listo para abandonar la escena, pero esperó a su amigo azul, que tardó un poco más en recoger sus cosas, para salir juntos y charlar y reír un poco más. Una amistad hermosa de «ver» y percibir, por lo tanto, que llenó de asombro y maravilla los ojos de los espectadores, a menudo acostumbrados a comportamientos poco ortodoxos y a una competición totalmente insana

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